Estancias

I

Buscarnos a tientas por calles desconocidas de ciudades repletas.

Escribir mensajes de auxilio en los muros de la piel,

la soledad brota de los ladrillos.

Hacernos un sitio, reconocernos en otros ojos, en otros cuerpos,

dudar desvíos y a veces, muy raras veces,

llegar a encontrarnos.

II

Luces trampa en la oscuridad para atraer nuevas pieles que cubran las heridas.

III

Sacudirse antiguas promesas escritas por labios desgastados que desertan.

Al fondo una ventana

 

 

 

 

 

  Ilustración: José Miguel García

 

 

Más allá de una luz halógena y

del aire acondicionado que las envuelve,

más allá, al fondo,

una ventana

con lo que parece ser

un cielo inalcanzable.

 

Cuanto deseo en los ojos de las estatuas.

 

A cambio belleza eterna

y tiempo,

la vanidad de ser observadas

en su perfección de siglos.

 

Cuanta tristeza en los ojos de las estatuas.

 

Mirad,

mirad como sonríen resignadas.

Una piedra arrojada

 

 

 

 

 

 

Ilustración: José Miguel García

 

 

Cada poema es un precipicio desde el mundo,
el silencio necesario
por el que se desliza el vuelo del suicida.

Cada poema es otro fósil de la historia,
un espacio virgen
en el que fundar pensamientos,
dudas en flexibles rascacielos.

Cada poema es el revés inconsciente
de un espejo puesto boca abajo,
una sentencia dictada,
la palabra muda,  sorda y ciega

de un loco,
de un loco.

Javier Lostalé, «rosa y tormenta».

Javier Lostalé, «rosa y tormenta».

La memoria de la tarde
declina en el silencio,
ajeno en su horizonte,
de un olvidado ramo de rosas.
Hay en todo una penumbra triste
que se hunde sin rostro
mientras el corazón escucha
el latido puro de las sombras.
Una nube fija irradia
en lento vaho tu nombre
y toda la habitación se empaña
con su cuerpo transparente.
El tiempo es vuelo sin anuncio
en el que la mirada se pierde
hasta que el pensamiento alumbra
núbil criatura de espuma.
Un advenimiento sin nadie
se consuma entonces en el pecho,
y las lágrimas se nublan
en su hondo cielo sellado.
Una cegada luna
fluye sin hora en la sangre,
mientras la soledad es una estancia
que se va quedando sin aire.
La memoria de la tarde declina
como un labio entreabierto sin beso.

Szymborska

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La realidad exige…

La realidad exige
que lo digamos bien claro:
la vida sigue su curso.
Sucede así en Cannas y en Borodinó,
en los llanos de Kosovo y en Guernica.

Hay una gasolinera
en una pequeña plaza de Jericó,
hay bancos recién pintados
cerca de Bila Hora.
Las cartas van y vienen
entre Pearl Harbor y Hastings,
pasa un camión de muebles
bajo la mirada del león de Queronea
y solo un frente atmosférico amenaza
los florecientes jardines cercanos a Verdún.

Hay tanto de Todo
que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto.
De los yates de Accio
llega la música
y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.

Pasan siempre tantas cosas
Que seguro tienen que pasar en todas partes.
Donde hay piedra sobre piedra
hay un carro de helados
cercado por los niños.

Donde estaba Hiroshima
de nuevo está Hiroshima
y se siguen produciendo
objetos de uso cotidiano.

No le faltan encantos a este hermoso mundo
ni tampoco amaneceres
para los que merece la pena despertar.

En los campos de Macejowice
La hierba es verde,
y en la hierba, como pasa en la hierba,
la escarcha, transparente.

Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla,
los aún recordados,
los hoy ya olvidados,
bosques de cedros y bosques de abedules,
nieves y arenas, pantanos irisados
y barrancos de negro fracaso
donde en caso de urgencia
satisfacemos ahora nuestras necesidades.

Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna.
Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida
y siempre algunos ríos, algunas nubes.

En esos desfiladeros trágicos
el viento se lleva los sombreros,
y es inevitable:
la imagen nos da risa.

De «Fin y principio» 1993
Versión de Abel Murcia