José Miguel García
Amamos la aventura.
Nos encanta palpar el límite de las fronteras
como equilibristas descalzos
y avanzar sobre las vulnerables distancias ante nuestros ojos
como una plaga que devora los tallos verdes de las sorpresas.
Nuestros pies sangraron en oleadas,
descosieron su horizonte como quien rompe mapas
en cada senda abierta en la conquista;
erguidos, el camino era una fértil línea de fuga;
cómo resistirse a aquel cuerpo virgen,
beber de sus ombligos, succionar sus márgenes,
ser los primeros en nombrar su aspecto.
Obligamos huir al horizonte,
y cuando aún estuvimos más erguidos
desterramos su negra estría
hasta la deshabitada periferia de la mirada,
pero incluso allí,
en el hogar siempre encendido de las estrellas,
alcanzaron pisadas y banderas sin aire.
Doblamos, entonces,
las esquinas sin gravedad del espacio
y desde sus años luz
observamos todos y cada uno de los perfiles de la Tierra
como vigías de la intimidad
en atalayas que ensucian el cielo.